Los orígenes

 

Eran tiempos difíciles. México estaba saliendo apenas de una de sus más dolorosas aventuras: la Revolución, heroica gesta de un pueblo en lucha para reivindicar sus derechos fundamentales, pero que, entre sus consecuencias negativas, había traído una persecución religiosa: Iglesias cerradas, obispos y sacerdotes expatriados o muertos, lo mismo que muchos laicos que luchaban en defensa de su fe.

En esas circunstancias de incertidumbre y riesgo, el 25 de diciembre de 1914, en la capilla de las Rosas del Tepeyac (Ciudad de México), nació la Congregación de los Misioneros del Espíritu Santo. Era Navidad, fiesta de la esperanza que recordaba el nacimiento de Jesús, acontecido también en momentos difíciles de angustiosa incertidumbre. Lo que humanamente parecía una gran imprudencia -fundar una Congregación en plena Revolución- evangélicamente se realizaba bajo los mejores auspicios:

  • Los del recuerdo de un Dios que nacía en carne de hombre bajo el signo de la pobreza y la persecución para liberarnos de toda esclavitud;
  • Los de ese lugar en el que María de Guadalupe se había hecho presente a Juan Diego, un sencillo y pobre indígena, para manifestar su amor maternal y ofrecer su protección al pueblo que nacía en la pobreza, la violencia y la opresión.

 


 

Los fundadores

 

En el momento en que nacían los Misioneros del Espíritu Santo estaban presentes dos personajes con fama de santos: un hombre y una mujer. Desde años atrás habían recibido del Señor la promesa de esa futura fundación y habían luchado intensamente para conseguirla.

    • Concepción Cabrera de Armida (Conchita)

Mujer laica, nacida en San Luis Potosí en 1862, casada con Francisco Armida y madre de nueve hijos. En medio de los quehaceres y compromisos cotidianos propios de una mujer de su tiempo, siempre de manera discreta a los ojos de los demás, Conchita vivió una intensa y apasionada vida espiritual que la condujo a unos niveles de experiencia mística sorprendentes. Fue la inspiradora de la Espiritualidad de la Cruz y en sus abundantes escritos (66 volúmenes y miles de cartas, que suman en total más de 65,000 páginas escritas) quedó recogido todo el legado espiritual y teológico de dicha espiritualidad. Además de inspiradora, Conchita fue una de las principales promotoras de la fundación de los Misioneros del Espíritu Santo. Murió con fama de santidad en México D.F. el 3 de marzo de 1937.

    • Félix de Jesús Rougier

Sacerdote marista, nacido en Auvernia (Francia) en 1859, trabajador incansable de espíritu emprendedor y corazón apasionado. Tras unos primeros años de ministerio sacerdotal en Barcelona, fue destinado a las misiones en Neiva e Ibagué, Colombia, donde permaneció seis años. Obligado a dejar su trabajo misionero en Colombia a causa de la guerra civil, llegó a México en 1902, en donde al poco tiempo tuvo un encuentro providencial con Conchita el 4 de febrero de 1903. Fuertemente impactado por la Espiritualidad de la Cruz y convencido de que Dios le pedía, a través de Conchita, que fuera el fundador de los Misioneros del Espíritu Santo, vivió un largo y doloroso proceso de diez años (exiliado de México por obediencia a sus superiores) hasta ver realizado el sueño de esta fundación. Desde 1914 y hasta el día de su muerte, dedicó cada instante de su intensa vida a la consolidación y desarrollo de los Misioneros del Espíritu Santo y de otras tres Congregaciones femeninas por él fundadas. Murió con fama de santidad en México D.F. el 10 de enero de 1938.

 


 

El camino

 

Al principio, podría decirse que fue una simple vereda, llena de vericuetos, tropiezos y altibajos (más “bajos” que “altos”).

  • Número de novicios: uno, Moisés Lira; el segundo, el P. Domingo Martínez, no ingresaría al Noviciado sino hasta principios del siguiente año.
  • Residencia: la “Casa de los tepalcates”, una humildísima vivienda cercana a la Villa de Guadalupe, con el mobiliario más austero que se pudiera pensar: la mesa del comedor era un simple cajón de madera, con un periódico por mantel.
  • Formador: el P. Félix de Jesús, que había sido prestado por su congregación, la Sociedad de María, únicamente por dos años, con la terrible incertidumbre que eso significaba.

El noviciado fue cambiando de casa en casa, algunas sólo después de unos días de ocupadas, debido al peligro de ser descubiertos por los perseguidores. Antes de establecerse de manera más estable en Tlalpan, pasó por muchas casas. Los permisos del P. Félix se prorrogaban temporalmente hasta que, por fin, doce años después, se le permitió pasar a formar parte de la Congregación por él fundada. Fue hasta 1918 cuando se fundó en Tacubaya (Ciudad de México) la primera comunidad de pastoral. Luego vendrían otras fundaciones.

Este fue el comienzo de un largo camino, muchas veces doloroso, del que aún nos queda mucho por recorrer.

MSpS 1916

MSpS 2012